Aun no había hecho de la cama después de aquella noche, así cada vez que la miraba podía verlos dentro, juntos. A veces se quedaba quieta, apollada en el marco de la puerta mirando fijamente, pensando. En aquellas sábanas blancas había perdido la poca inocencia que le quedaba, y sabía que su olor permanecia impregnado en ellas. No se atrevía a tocarlas, a cambiar la posición con la que las dejó la ultima vez que él estuvo allí. Lloraba silenciosamente, sin lágrimas, a la espera de una señal que cambiara ese repentino sollozo mudo.